Mirando desconfiada a su alrededor, un ama de casa salvadoreña acaba de votar en La Campanera, antiguo bastión de la pandilla Barrio 18. Respira aliviada porque ya no hay muertes en su barrio, pero prefiere guardar su identidad: «Todavía hay miedo», aseguró.
«Todavía hay remanente de pandilla aquí, están las mamás, los papás, hermanos, primos, esposas, hijos, hijas y ellos tienen esa mentalidad (de pandilleros)», dice a la AFP esta mujer bajita, de 53 años, tras votar en la escuela de la localidad, pintada de azul y blanco.
Vive desde hace 30 años, con su esposo y dos hijos, en La Campanera, un populoso suburbio en la ciudad de Soyapango, en la periferia este de San Salvador, cerca de donde la Barrio 18 mató al fotógrafo francés Christian Poveda en septiembre 2009. La mujer, quien llevaba un suéter por el aire fresco de las primeras horas de la mañana, dice que se siente segura cuando los soldados patrullan la zona. «Pero cuando ellos no están, todo cambia», aseguró.