
“Hay que imaginarse los tiempos del coronavirus como unas largas vacaciones en una cabaña aislada”, explica la terapeuta familiar Andrea Hendrich. “Es decir que todas las reglas, la satisfacción de necesidades y el reparto de roles no funcionan tan automáticamente como antes”, añade.
Más allá de las restricciones por el coronavirus, hay una triste realidad. “En ningún lugar nos portamos tan mal como en casa”, dice Anette Frankenberger, terapeuta familiar y de parejas. “Por lo general, pensamos que tenemos derecho a hacernos más ‘los locos’”, asegura.
Sin embargo, aclara que quien pierde la paciencia todo el tiempo pone en riesgo la relación con su familia. “Algunos padres gritan tanto que su comportamiento está muy cerca de la violencia física”, apunta. Para los niños más pequeños, esto es muy impactante, añade. En tanto que los chicos más grandes aprenden de esta forma que gritar es una opción.
“No hay que estar siempre feliz y relajado. Pero tenemos la elección de decidir cómo manejamos nuestros sentimientos”, dice. En su opinión, en vez de ponerse a gritar es mejor decirles a los niños que se está muy enojado y retirarse a otro cuarto, por ejemplo, para tratar de calmarse.

CÓMO LOGRAR UN HOGAR MÁS POSITIVO PARA TODOS
“En la familia debe haber cinco veces más cosas positivas que negativas”, afirma Frankenberger. Esto vale aún más cuando la situación ya es de por sí desagradable y estresante. “Ser tranquilo, cuidadoso y amable hace que el estrés sea menor. Si se tiene mal carácter, las cosas se ponen aún más feas”, asegura.
Aunque a veces, se tiene la sensación de que los niños están en modo sabotaje, como por ejemplo cuando no obedecen o demoran una eternidad para hacer cosas que llevan pocos minutos, como sacarse los zapatos al entrar a la casa.
Sin embargo, detrás de esta sensación hay para Frankenberger una idea equivocada. “Nosotros tenemos un plan en la cabeza que nuestros hijos no conocen y tampoco se los advertimos”, afirma. Por eso, en su opinión, es mejor comentarles el plan a los chicos por anticipado, de modo que todos puedan ir preparándose y haya menos estrés”, explica Frankenberger.
Si así y todo se pierden los estribos y se produce una situación desagradable, lo mejor es, según Hendrich, disculparse con el niño. “La disculpa debe ser sincera y no ser demasiado frecuente. De lo contrario, el niño ya no creerá en que los episodios no se repetirán”, completa.